A lo largo de sus cerca de 180 años de historia republicana y de los casi 15 de vida plurinacional, en Bolivia han trascurrido ciclos / Leer más →
La entrada Sin bloque y sin unidad: la derecha en caída libre apareció primero en La Época – Con sentido del momento histórico. A lo largo de sus cerca de 180 años de historia republicana y de los casi 15 de vida plurinacional, en Bolivia han trascurrido ciclos / Leer más →
La entrada Sin bloque y sin unidad: la derecha en caída libre apareció primero en La Época – Con sentido del momento histórico.

A lo largo de sus cerca de 180 años de historia republicana y de los casi 15 de vida plurinacional, en Bolivia han trascurrido ciclos políticos, económicos y sociales que han marcado hitos que se hallan fuertemente relacionados con determinados acontecimientos.
Un siglo XIX caracterizado por el conservadurismo, con una fuerte presencia de criollos que se arrimaron a los independentistas solo para no perder privilegios que arrastraban desde la Colonia y caudillos militares bárbaros, fueron los rasgos distintivos de este periodo histórico hasta el advenimiento del liberalismo, al culminar ese siglo, vanguardizado por la oligarquía minera de la plata.
Posteriormente sería el nacionalismo, nacido en las trincheras del Chaco, que tras un breve período militar se tornó en revolucionario, dando paso a la Revolución Nacional de 1952, traicionada por sus propios militantes y entregada al Imperio. Sin embargo, las ideas del nacionalismo revolucionario perdurarían, incluso formando parte de las dictaduras militares, hasta ser reemplazado por el neoliberalismo, por quien presidió el primer gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).
Fue a finales del siglo XX e inicios del XXI cuando los sectores populares tomaron el impulso necesario, después de haber permanecido postergados durante largos años y ser traicionados y abandonados por el MNR tras la Revolución del 52. La acumulación de fuerzas del movimiento popular se fue traduciendo en acciones de resistencia contra el modelo neoliberal. La Guerra del Agua y la Guerra del Gas son un par de ejemplos del accionar del movimiento, que derivó en la renuncia de Goni, primero, y de su fiel escudero, Carlos Mesa, luego, convencidos de su propia incapacidad para enfrentar la efervescencia popular.
Con elecciones adelantadas, Evo Morales, junto al Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP) consigue una aplastante victoria electoral en diciembre de 2005. La derecha, en sus diferentes versiones, había sido derrotada en las calles y en las urnas. Nuevos vientos soplarían en Bolivia.
Después de 180 años de gobiernos oligárquicos, entregados a intereses foráneos, despreciando a la mayoría de los bolivianos y tras haber colocado al país en el penúltimo lugar del continente, apenas delante de Haití; tras haber dilapidado los recursos naturales como la plata y el estaño, dejaban un país “limosnero”, como lo afirmaría el propio Carlos Mesa confesando su incapacidad de gobernar; de modo que se veían obligados a entregar el gobierno al pueblo. Pero solo entregaron el gobierno, el poder lo siguieron disputando y, en algunos casos, detentando.
La derecha, en el último medio siglo, ha tenido dos momentos culminantes, uno en dictadura y otro en democracia, en los que quisieron instalar infructuosamente su modelo político, económico y social en el país. La dictadura banzerista, sangrienta y represiva, entregó todo lo que pudo a una incipiente oligarquía cruceña, pretendiendo asentarla en la modernidad, pero quedó todo en el despilfarro y en la constitución de fortunas mal habidas. Nunca pudieron convertirse en una burguesía y menos aportaron para sacar a Bolivia de la situación extrema en que se encontraba. Se endeudó la patria al extremo, solo para beneficio de unos cuantos. El segundo de estos momentos de gloria de la derecha se inicia con el DS 21.060, instaurando el modelo neoliberal, cuando Víctor Paz en un discurso lastimero decía: “Bolivia se nos muere”, mientras arremetía contra los más pobres, contra los trabajadores de las minas, del campo y las ciudades.
A nombre de estabilizar la economía no solo congela salarios, sino que los disminuye y despide, bajo el eufemismo de “relocalización”, a más de 35 mil mineros dependientes de Comibol; reduce el tamaño de la administración estatal y da paso a la capitalización o privatización de las empresas públicas en favor de grupos de poder empresarial, en gran parte los mismos que fueron favorecidos por el banzerato.
El neoliberalismo murió en el país por su propia descomposición, nunca funcionó su modelo. Si Paz encontró un país moribundo en 1985, su partido, el MNR, dejó en 2005 un país a un paso de morir. No podían seguir robando, ya no había qué, y mostraron su impotencia ante las crecientes demandas sociales.
Desde el momento mismo en que el MAS llegó al Palacio Quemado comenzó la desestabilización fascista. Había quienes predecían que ese gobierno no aguantaría tres años, pero cuando vieron que este tiempo fue superado salieron con el referéndum revocatorio, donde yendo por lana salieron trasquilados, perdiendo a dos importantes operadores (Pepe Lucho Paredes y Manfred Reyes Villa). Casi de inmediato vendrían las movilizaciones que buscaban impedir la aprobación del nuevo texto constitucional, obligando a trasladar la sede de debates de la Asamblea Constituyente de Sucre a Oruro. Aquí también aparecieron los separatistas del Oriente, o de la Media Luna, que incluso estuvieron a punto de llevar a los bolivianos a un enfrentamiento fratricida.
El pueblo ya había tomado conciencia de su papel, se había empoderado y todos esos intentos fueron desbaratados. Ni siquiera el golpe de 2019 logró que la derecha vuelva a tomar el poder. Lo avanzado en Bolivia en los últimos 20 años ya es irreversible. El pueblo no lo permitirá.
40 años después
Las elecciones del próximo mes de agosto están permitiendo que la derecha, integrada por unos cuantos activistas, con buen respaldo económico y un gran apoyo de la corporación mediática, levanten la cabeza y piensen en la posibilidad de gobernar Bolivia, aprovechando que la coyuntura muestra a un país con problemas de orden económico y la supuesta división al interior del movimiento popular. Quieren presentarse como los salvadores de la patria. Lo curioso es que son los mismos que hundieron al país con el neoliberalismo: Tuto como vicepresidente de Banzer y Doria Medina como ministro capitalizador del acuerdo patriótico adenomirista.
Son muchos los que se consideran elegidos. La mayor parte intrascendentes que solo buscan pantalla, la luz de las cámaras y el eco de los micrófonos con intereses desconocidos y bajo una única consigna: sacar al Movimiento Al Socialismo (MAS) del gobierno.
No hay ninguna propuesta país, menos para la clase trabajadora. Sus fórmulas son las mismas de hace 40 años: “cambiar todo”, como dice Quiroga (como el DS 21.060); o “esperar 100 días para que todo se arregle”, como anuncia Samuel (lo mismo decía Hernán Siles poco antes de asumir la Presidencia con la UDP y todos sabemos en qué quedaron esos 100 días). Los otros precandidatos solo hacen coro a estos dos. Manfred quiere diferenciarse, pero no siempre lo logra.
El bloque de unidad
De algo están seguros quienes se autodenominan líderes de la derecha, aunque aún nadie sabe a quiénes lideran, puesto que sobre todo son unos profesionales de la política, que viven de esta actividad desde hace más de 40 años y que ahora pretenden capitalizar a su favor un supuesto descontento de la ciudadanía con el gobierno del MAS. Están seguros de que la única forma que podría permitirles ganar una elección frente al movimiento popular es teniendo un solo candidato que pueda conseguir el voto de los descontentos con el gobierno. Considerando que para que ello suceda el movimiento popular tendría que ir dividido, con dos o más candidatos. De no ser así su hipótesis electoral no funcionaría.
El bloque de unidad ya es un fracaso. Entre acusaciones de filtrar información (aludiendo a Doria Medina) o a Tuto Quiroga de patear el tablero, al sentirse derrotado por las encuestas previas, tratando de justificarse con explicaciones leguleyescas, la idea de que la derecha tenga un solo candidato es una anécdota más.
Y es que ninguno de ellos cree en que esa metodología les permitiría llevar un solo candidato y solo apoyarían los resultados de sus encuestas y exigirían el cumplimiento de la palabra empeñada si es que les corresponde esa candidatura. Apoyar al otro no ha estado nunca en sus planes.
La inviabilidad del retorno de la derecha
A diferencia de lo ocurrido en otros países del continente, en Bolivia no solo es difícil y casi imposible, sino que es inviable. La derecha no propone nada, no tiene una visión de país que tome en cuenta a todos los bolivianos, solo representa los intereses de pequeños grupos de poder, principalmente económico, o de intereses foráneos como sucede con Tuto Quiroga o Samuel Doria Medina.
Pero, además, es inviable porque Bolivia ha avanzado en las últimas dos décadas en un proceso de transformación histórica irreversible. La inclusión social, la industrialización, el crecimiento del mercado interno, los avances en infraestructura, en educación y en salud, en derechos de la mujer y de la niñez y adolescencia, de los pueblos indígenas y de otros sectores vulnerables, son realidades y logros que el pueblo no permitirá que se pierdan. No permitirá un retroceso, menos volver a un pasado neoliberal republicano oprobioso.
Si por algún azar del destino, o por el uso de la fuerza, como sucedió en noviembre de 2019, la derecha tomara el poder, con seguridad que no podría sostenerse ni siquiera con la violencia represiva que le caracteriza. Ya se vio la resistencia del pueblo ante el golpe, en el cual bailaron al mismo ritmo Quiroga, Doria Medina, Carlos Mesa, Camacho, junto a militares y policías.
Pero además es inviable y sería suicida para el pueblo pensar en que la derecha pueda solucionar los problemas del país, porque nunca le interesó Bolivia, sino que le interesan sus recursos naturales, sus riquezas y atender las demandas de sus grupos de poder, de sus entornos; jamás piensan en la patria y menos en los millones de bolivianos que, casi dos siglos después, somos dueños de nuestro destino y para los cuales, más allá de los personalismos que puedan presentarse al interior del movimiento revolucionario, defender el proceso no es una consigna, sino un deber moral y un compromiso con nosotros mismos para no volver nunca más al oprobio republicano.
El show de candidato único de la derecha ya terminó, y mal. O terminó como casi siempre lo hacen sus espectáculos: cada uno defendiendo su “chaco”, su “parcela”, su bastión, aquel que les ha permitido vivir de la política por más de cuatro décadas, desde la recuperación de la democracia, a nombre de ella y pretendiendo arrogarse la representación de un pueblo que hace mucho tiempo ya les dijo basta y les dio la espalda para mirar con optimismo hacia el futuro. (por Diego Portal).
Nacionales | La Época – Con sentido del momento histórico