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Por La Época -.
Sería un gran error político sostener que la forma de la violencia, material y simbólica, desarrollada por la contrarrevolución en 2019 está siendo continuada por el actual gobierno de Rodrigo Paz Pereira. Es probable que el origen del actual gobierno, el voto en las urnas, explique el uso de dispositivos distintos y acciones diferentes de lo que los bolivianos y la comunidad internacional observamos en el golpe de Estado contra el Proceso de Cambio y el entonces presidente Evo Morales.
No hay un Ministro de Gobierno haciendo declaraciones furibundas o usando grilletes policiales para amenazar a la oposición o aprehendiendo a militantes de la causa popular por montones. Hay un lenguaje fuerte de Paz para referirse al pasado, que es parte de la disputa simbólica, a veces innecesario y que lo aleja del carácter de su victoria electoral, en un momento en el cual la gente espera respuestas en el campo de la economía.
Las formas en política son importantes, pero hay aspectos sustantivos que muestran el carácter indiferenciado de lo que se pretendió revertir hace seis años y de lo que en menos de dos meses viene llevando a cabo el actual Gobierno, con lo cual confirma que lo central es el impulso de un proyecto radicalmente distinto al que se implementó en el país desde enero de 2006.
Los cambios simbólicos son parte de ese proyecto y se cristalizan en varios campos, y ese es quizá uno de los campos en los cuales los estrategas extranjeros le están haciendo cometer errores a Paz. Retirar la wiphala del frontis de Palacio Quemado y del escudo del Ejército no es un revés para el MAS, ya disminuido de militancia, sino es un acto de agresión a las organizaciones y movimientos sociales rurales y urbanos del país. Y si la responsabilidad de este tipo de acciones no solo la tiene el equipo que asesoró las campañas de Bolsonaro, Milei y Novoa, sino actores nacionales –políticos e intelectuales– que nunca conectaron con los símbolos y los valores de los pueblos indígenas, pues es entendible que subestimen los efectos de ese tipo de medidas en el mediano plazo.
Entonces, el hecho de que Paz haya jurado como presidente después de ganar las elecciones en dos tiempos, aunque lo que cuenta es el 32% de la primera vuelta, marca la diferencia con Áñez, pero sus acciones lo están conduciendo cada día a sintetizar al núcleo hegemónico de la burguesía y, por tanto, a expresar la concepción de patria, Dios y familia de esa clase social dominante. El criterio de que el gobierno de Paz tendría mucho de bonapartismo (equilibrio real o aparente con las clases sociales en lucha) es algo que se está empezando a desmoronar.
Esas acciones simbólicas, que se suman a medidas como levantar el impuesto a las grandes fortunas o la subvención a la harina –como prolegómeno a lo que se hará en hidrocarburos– son errores de viejo cuño que pueden desgastar aceleradamente la popularidad de Paz Pereira.
Opinión – La Época – Con sentido del momento histórico

