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Por La Época -.
Evo Morales no es un político improvisado. Durante años, desde el campo sindical, ha sido parte de formas políticas de oposición a los gobiernos neoliberales que los han debilitado y desestabilizado. Si bien no estuvo en las jornadas de octubre de 2003 e incluso se opuso al principio a la propuesta de otros dirigentes sindicales de pedir la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, es bien conocida su capacidad de montarse sobre la cresta de la ola cuando esta va en una dirección irreversible.
En lo que va del año son tres las acciones de hecho que el expresidente ha llevado adelante contra el gobierno del presidente Luis Arce (dos bloqueos y una marcha) con la manifiesta intención de desestabilizarlo y, si la fuerza le permitiese, lograr el acortamiento de mandato por el solo objetivo de volver a erigirse, así lo piensa obsesivamente, en el nuevo jefe de Estado. En su cabeza no está siquiera la mínima consideración de que al frente está un gobierno popular que, a pesar de las adversidades externas e internas, se mantiene consecuente con una agenda nacional-popular distinta a la que marca los Estados Unidos.
La facción evista se ha convertido en la verdadera y única oposición efectiva al gobierno de Arce. El control que tiene sobre las federaciones del trópico de Cochabamba le permiten a Morales incidir, aunque ya no como en el pasado, sobre otras federaciones de campesinos del país, aunque en grado suficiente para generar un bloqueo económico criminal a la economía nacional y popular. La lógica de la destrucción prima sobre la responsabilidad que todo político debe tener al momento de impulsar una determinada medida.
Ahora, lo ciertamente condenable es que el liderazgo carismático de Morales ahora mueve a sus seguidores por un objetivo central: liberarse del proceso que se le sigue en la justicia por el delito de estupro agravado cometido contra una menor de edad, del cual resultó un embarazo. No es la economía lo que le preocupa, pues en la actual circunstancia sabe que un bloqueo profundiza la crisis, sino que le interesa es eludir a la justicia.
Evo Morales no es un perseguido político. El ser sindicado de la presunta comisión de un delito contra una menor de edad no puede convertirse en un arma política para victimizarse ante la sociedad ni ante partidos e intelectuales que forman parte del mundo del progresismo y la izquierda. Eso no es ético.
Ya es un criterio universal de que se presume la inocencia mientras no se pruebe lo contrario. Lo que debe hacer el expresidente es someterse a la ley y demostrar que la denuncia planteada en su contra no corresponde a la verdad. No se puede usar una arma de las clases subalternas en Bolivia para distorsionar la realidad y buscar que el Gobierno declare su inocencia, lo cual no puede además hacerlo pues el caso está en el campo de la justicia.
Y para demostrar que es un político que se mueve por la lógica de la construcción y no de la destrucción, Morales debe levantar la medida del bloqueo de rutas y controlar a los que desde sus filas proclaman el derramamiento de sangre y la caída del Gobierno.
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