América Latina y el Caribe atraviesan una coyuntura política particularmente difícil y compleja [1]. Difícil para las fuerzas progresistas y de izquierda debido a la contraofensiva / Leer más → América Latina y el Caribe atraviesan una coyuntura política particularmente difícil y compleja [1]. Difícil para las fuerzas progresistas y de izquierda debido a la contraofensiva / Leer más →

América Latina y el Caribe atraviesan una coyuntura política particularmente difícil y compleja [1]. Difícil para las fuerzas progresistas y de izquierda debido a la contraofensiva del imperialismo en todos los campos. En varios países, antes gobernados por el progresismo y la izquierda, ahora están las fuerzas de derecha y ultraderecha en cuyo bloque en el poder lo mismo se observa el ultraliberalismo como tendencias fascistoides o una extraña combinación de ambas corrientes. Compleja y difícil, porque en esta suerte de guerra de posiciones, que en Lenin sería el asedio constante y en Gramsci lucha de trincheras, los Estados revolucionarios de la Región se encuentran expuestos a los sistemáticos ataques del imperialismo y de las fuerzas abiertamente contrarrevolucionarias, acentuado por las dos últimas administraciones de la Casa Blanca.
El peligro que acecha a nuestra América no es la instalación de gobiernos burgueses partidarios del Estado democrático-liberal, sino de gobiernos inclinados a desarrollar formas estatales de excepción, por lo tanto de suspensión de garantías constitucionales y de derechos sociales que el pueblo conquistó con su lucha durante décadas, particularmente a la impronta de la Revolución cubana, considerada no por nada como el acontecimiento cardinal de América Latina y el Caribe (Guevara, 1977). La amenaza es que en escena existe un cuadro de situación no similar a inicios de la década del 80, en la que la receta neoliberal es lo central, cuando en la Región se instalaron gobiernos abiertamente neoliberales en el sentido amplio del concepto. El peligro real es la destrucción de todo lo existente, y dentro de eso de las fuerzas de izquierda y revolucionarias.
La amenaza hoy es mucho más grande que esa época en la que los gobiernos militares de la seguridad nacional, en realidad dictaduras militares que ocuparon el Estado, empezaron a ser sustituidos por la democracia viable, primero, luego por la democracia controlada, para dar paso después a la estrategia de la gobernabilidad democrática. La primera se dio en el gobierno de Carter, la segunda en el marco de lo que en el mundo se conoció como la Revolución Conservadora de Ronald Reagan y Margareth Tacher, de los Estados Unidos e Inglaterra respectivamente, y la última en la administración de Busch. Estas tres estrategias políticas de los Estados Unidos, que mostraban una falsa imagen de su apuesta por la democracia como modo de organización y vida, no solo que fracasaron en su intento de ocultar el carácter de dictadura de la burguesía y el imperialismo, sino que generaron su antípoda: la rebelión de los pueblos que de diversas maneras aprehendieron de la democracia y la transformaron en una perspectiva revolucionaria y progresista. Así, desde 1998, con la revolución en Venezuela, y desde principios del siglo XXI, se instalaron gobiernos de izquierda y progresistas en nuestra América.
A cada revolución o avance progresista corresponde un determinado tipo de contrarrevolución. A la tercera ola emancipadora (Moldiz, 2013) el imperialismo le ha respondido con la implementación de una Guerra Híbrida, en la que el predominio de algunos de sus componentes sobre otros o de la forma como se combinan los mismos está en dependencia del tipo de “enemigo externo” que los Estados Unidos están enfrentando. La Guerra Híbrida, considerada la guerra en el siglo XXI, cuyo objetivo estratégico es, como en toda guerra, la eliminación del enemigo, supone la combinación de actividades informativas, cibernéticas, subversivas o cinéticas, así como el empleo de medios diplomáticos, militares, financieros, legales e ilegales (Tirado, 2022).
Es por la naturaleza de la amenaza que no por nada se ha vuelto a hablar del fascismo, al que algunos le han incorporado algunos prefijos como neo-fascismo, y otras formas de Estado de Excepción, como la que sostiene el autor de este ensayo, al advertir del riesgo de la instalación de Democracias de Excepción. Y ahí donde se espera aportar al debate. Sin el orden cronológico de su aparición podemos indicar que las formas de excepción conocidas y estudiadas hasta ahora por la ciencia política son la dictadura militar, el bonapartismo y el fascismo. De las tres formas de excepción en el Estado capitalista la última es una experiencia conocida en Europa, cuyos orígenes se remontan al período entreguerras y que azotó la paz durante la Segunda Guerra Mundial. El cuanto a la democracia de excepción (Moldiz, 2021), todavía no forma parte de la ciencia política moderna y ha sido incorporada al debate, sin todavía la profundidad necesaria, luego de una ofensiva imperial y burguesa contra el Estado Plurinacional en 2019, cuando por la violencia y la movilización de masas de la pequeña burguesía y sectores sociales conservadores se desconoció el triunfo electoral de Evo Morales y se lo derrocó mediante un golpe de Estado que, se debe reconocer, encontró a la experiencia boliviana en un momento de debilidad (Moldiz, 2020). Empero, los antecedentes de esta forma de régimen de excepción tienen sus antecedentes en Colombia, sometida a una democracia alejada de los mínimos contenidos de la democracia burguesa representativa desde antes de culminada la mitad del siglo XX.
A la amenaza del fascismo se ha respondido con el impulso, desde la Revolución Bolivariana de Venezuela, con la fundación de la Internacional Antifascista en septiembre de 2024. No son pocos los eventos que se han llevado adelante desde ese momento, aunque han tenido más un sentido de movilización política, siempre necesaria, que de análisis y debate teórico sobre lo que implica el uso de ese concepto. Como ocurre por lo general, los hechos de la realidad histórico-concreta están por delante de la reflexión y la construcción teórica. Convencido de que la actual disputa en América Latina entre el capital con los gobiernos de izquierda y progresistas se da en un contexto de crisis de la democracia liberal, es que el 24 de septiembre de 2024, en Caracas, el presidente Nicolas Maduro ha sostenido antes centenares de delegados de Venezuela y de otros países del mundo: “estamos enfrentando una agresión internacional y un brote fascista, criminal muy peligroso sobre Venezuela. El Gobierno de los Estados Unidos (…) ellos diseñaron una política para utilizar este proceso electoral y montar una operación multidimensional contra Venezuela. Yo sé que tenemos la fuerza moral, sé que tenemos la fuerza espiritual, la fuerza política suficiente para unir a todo el que pueda ser unido en este mundo bueno y que esta Internacional Antifascista lidere las batallas presentes y futuras por un mundo diferente” [2].
La iniciativa empujada por Venezuela cae como anillo al dedo. En ese momento la ofensiva imperialista contra la Revolución Bolivariana se encontraba en pleno desarrollo y en ascenso con el objetivo de crear un clima adecuado para el triunfo de la contrarrevolución, ya sea en las urnas o mediante la violencia si les fracasaba lo primero. Los hechos posteriores confirmaron las advertencias: el candidato de los Estados Unidos, con aceptación europea y de la derecha latinoamericana, perdió las elecciones, lo que llevó de inmediato a emplear la receta de denunciar fraude, como sucedió en Bolivia en 2019, y desplegar acciones de violencia desde la misma noche del acto electoral, aunque hay que subrayar lo que los medios hegemónicos del mundo prefieren callar: el accionar de grupos paramilitares se concentró en contados barrios de Caracas. El candidato del PSUV se impuso con el 51,20% de votos sobre Edmundo Salazar, quien logró el 44,20% [3]. La arremetida contra el Gobierno y pueblo de Venezuela ha subido un peldaño más tras el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos el 5 de noviembre del pasado año. El 20 de agosto pasado, de la mano del secretario de Estado, Marco Rubio, se han desplazado buques de guerra frente a las costas de Venezuela y se disponían a atacar pequeñas embarcaciones, sin medir los efectos que esta medida imperialista tendrá en América Latina y el Caribe. El pretexto es la inaceptable acusación de que el gobierno de Nicolás Maduro está involucrado en el narcotráfico a través del Cartel los Soles, cuando en realidad lo que se está haciendo desde los Estados Unidos es retomar la estrategia de la Guerra Internacional contra las Drogas aplicada desde la década de los 80.
Pero no solo es Venezuela la que enfrenta a Trump y su decisión de que “First América” sea el eje central de una estrategia orientada a devolverle a ese país su condición de hegemón, en una coyuntura internacional en la que la apuesta por la construcción de un mundo multipolar no solo va ganando adeptos, sino que es objetivamente la tendencia principal. La amenaza la experimentan también Cuba –la primera revolución socialista en el continente americano– y la Nicaragua sandinista.
El carácter de la contrarrevolución está en dependencia de la coyuntura particular de la lucha de clases y de las relaciones de fuerza. No hay duda que el proyecto de reconstrucción de la hegemonía imperial y burguesa diseñado y en pleno desarrollo contra Venezuela, Cuba y Nicaragua no es el mismo que el concebido, en términos gruesos, para los países con gobiernos progresistas y de izquierda. Cuanto más profunda es una revolución, es mucho más fuerte la contrarrevolución, más aún cuando a pesar de la guerra multidimensional que enfrentan esos procesos revolucionarios no se ha logrado ni desmovilizar ni derrotar al pueblo. El agravamiento del bloqueo económico contra Cuba, que se traduce en una crónica crisis energética y agudos problemas en la disponibilidad de alimentos y productos médico-farmacéuticos, busca eliminar la legitimidad del Gobierno y la Revolución, y dar lugar a una implosión.
Para un segundo grupo de países, es decir progresistas y de izquierda, lo que hay en marcha es la instalación de formas de gobierno en las que la democracia viable, la democracia controlada y la gobernabilidad democrática [4] son para los actuales estrategas del imperialismo bastante inofensivas. Esas tres formas de gobierno, a pesar de su carácter de clase (burguesas), no pudieron evitar la irrupción popular y la instalación de gobiernos populares. La democracia liberal ya no le sirve a la burguesía imperial y sus socios para defender al capital concentrado transnacional. Lo que está en marcha es una Democracia de Excepción en la que los peligros para el campo nacional-popular son muy grandes. Solo citar por el momento como ejemplos lo que pasa en El Salvador, Argentina, Ecuador y de lo que está por suceder en Bolivia luego de casi dos décadas de Proceso de Cambio tras la derrota de la izquierda y el progresismo en las urnas, ya sea con candidatura o no en la papeleta [5]. El mismo curso podría presentarse en Colombia si los partidos y movimientos populares no asimilan la experiencia boliviana. En todos estos países la derecha y ultraderecha han desarrollado su presencia política y conquistado el gobierno sobre la derrota política de las clases subalternas, como antesala de victoria electoral.
Por tanto, la ofensiva del imperialismo estadounidense, que no es otra cosa que la presión y la ofensiva del capital concentrado en plena crisis multidimensional del capitalismo, es una estrategia general que aplica tácticas diferentes y con distintos grados de intensidad en función del carácter del Estado que enfrentan, de los niveles de compactación política y social de los gobiernos y sus pueblos, del nivel de estructuración del bloque de la burguesía, así como de los actores en la escena política, pero también de la naturaleza de la contrarrevolución.
De ahí que se hace más que necesario y urgente acompañar las resistencias efectivas contra el imperialismo y las burguesías latinoamericanas con la reflexión y debate profundos sobre los proyectos antinacionales y antipopulares que se están enfrentando. Decir que nuestra lucha es contra el fascismo, neofascismo y otros peligros similares (como la democracia de excepción) sirve como bandera de agitación y movilización, pero a la vez es poco útil, en su sentido práctico, sino somos más precisos al caracterizar a los enemigos que estamos enfrentando.
Finalmente, el fundamento del título de este ensayo está en que dada la extremada disputa geopolítica en el mundo, particularmente en un continente en el que están ubicado los Estados Unidos, que se resiste a perder su calidad de hegemón, el riesgo de que la democracia liberal se debilite ya no es una especulación. En lugar de ella y de las formas de gobiernos instaladas por la izquierda y el progresismo se proyectan tendencias fascistoides, aunque no está plenamente identificado la forma de excepción que tomará un gobierno de ese origen dentro del Estado capitalista. Una intervención militar siempre es posible, como ocurrió en Honduras en 2009 y Bolivia en 2019, aunque se deje a un civil a la cabeza del gobierno, para desde ahí cumplir una agenda autoritaria y dictatorial. Pero la tendencia principal es secuestrar la democracia por la vía de la exclusión popular del ejercicio del poder, la desacreditación de todo lo que se hizo en materia económica para justificar la privatización y las medidas de ajuste estructural (levantamiento de las subvenciones, etcétera), la persecución política encubierta bajo la forma de lucha contra la corrupción y la criminalización de las ideas de izquierda y progresistas. Es desde ahí que hay que encarar el debate de la relación fascismo –como movimiento– y la Democracia de Excepción como forma política de ese Estado de excepción.
Referencias Bibliográficas
- Guevara, Ernesto (1977), ¿Excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo? Obras Completas, Tomo 9, Cuba, Editorial Ciencias Sociales.
- Moldiz, Hugo (2013), América Latina y la tercera ola emancipadora, México, Ocean Sur.
- Moldiz, Hugo (2020), Golpe de Estado en Bolivia, la soledad de Evo Morales, La Habana, Ocean Sur.
- Moldiz, Hugo (2021), la democracia de excepción y la democracia emancipadora, la disputa estratégica, México, Partido del Trabajo.
- Tirado, Arantxa (2021), El lawfare, golpes de Estado en nombre de la ley, España, Akal.
1 Este artículo en realidad es una parte del texto “fascismo y democracia de excepción”, publicado dentro de la antología No al fascismo, presentado por el Partido del Trabajo de México en octubre pasado, en el marco del XXIX Seminario Internacional “Los partidos y una nueva sociedad”.
2 Ver https://www.swissinfo.ch/spa/nicol%C3%A1s-maduro-anuncia-la-creaci%C3%B3n-de-una-%27internacional-antifascista%27/87534300
3 Ver https://www.bbc.com/mundo/articles/cn38n9knl3no
4 Estas son los tres tipos democracia que los Estados Unidos han impulsado en la región después del repliegue de los militares a los cuarteles desde fines de la década de los 70 y sobre los que volveremos después.
5 La derrota política en las elecciones generales del 17 de agosto de 2025 en Bolivia fue para Andrónico Rodríguez y Eduardo del Castillo, que alcanzaron el 8 y 3 por ciento, respectivamente, pero también para Evo Morales que sin hacer esfuerzo por la unidad del campo nacional-popular impulsó el voto nulo que, sacando del cálculo el 5% promedio, llegó al 15%.
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