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La entrada Democracia, participación y género apareció primero en La Época – Con sentido del momento histórico.
Por Soledad Buendía Herdoíza * -.
La democracia, en su sentido más amplio, es un sistema político que busca garantizar la participación igualitaria de los ciudadanos y las ciudadanas en la toma de decisiones que afectan sus vidas. Sin embargo, para que esta sea realmente efectiva y real es indispensable reconocer y superar las desigualdades estructurales que históricamente han marginado a ciertos sectores de la población, especialmente a las mujeres. En este contexto, la educación política emerge como una herramienta clave para capacitar al pueblo y fomentar su participación consciente, informada y transformadora.
La democracia participativa implica no solo la representación política, sino la intervención activa de la ciudadanía en las decisiones gubernamentales. Este modelo va más allá de emitir un voto, exige espacios abiertos para el diálogo, la rendición de cuentas y la formulación de políticas públicas. No obstante, la realidad muestra que las barreras sociales, económicas y culturales limitan la inclusión plena, especialmente de grupos históricamente marginados.
En este orden de ideas, incorporar la perspectiva de género en la democracia participativa no es solo una cuestión de justicia social, sino un requisito para garantizar una representación equitativa. Las mujeres constituyen más del 50% de la población mundial, pero su participación política sigue siendo desproporcionadamente baja en la mayoría de los países. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2023 solo el 26,7% de los parlamentarios a nivel global eran mujeres. Este dato evidencia la necesidad de políticas afirmativas que rompan los techos de cristal y promuevan una equidad efectiva.
La perspectiva de género no solo busca incrementar la presencia de mujeres en los espacios políticos, sino también cuestionar y transformar las dinámicas de poder que perpetúan la exclusión incluyendo una agenda feminista. Para ello es necesario implementar medidas para alcanzar la paridad, la promoción de liderazgos femeninos y la sensibilización sobre la violencia política de género. Estas acciones deben ir acompañadas de un cambio cultural que valore y reconozca las contribuciones de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública.
Además, es fundamental adoptar una visión interseccional que contemple cómo el género se entrecruza con variables como la clase, la etnia y la orientación sexual. Solo así se puede construir una democracia realmente inclusiva, que no solo incorpore a más mujeres, sino que además refleje la diversidad y las necesidades de la ciudadanía avanzando hacia la igualdad sustantiva.
La educación política es otro eje central para el fortalecimiento democrático. Una ciudadanía educada políticamente es capaz de construir los procesos democráticos, cuestionar las decisiones gubernamentales y ejercer su poder para incidir en la agenda pública. Sin educación política, la democracia corre el riesgo de convertirse en un sistema elitista donde solo unos pocos entienden y manejan los mecanismos del poder.
En un contexto global donde las fake news, la polarización y las violencias amenazan la estabilidad democrática, la educación política se vuelve más urgente que nunca. Una población educada es menos susceptible a la manipulación y más capaz de defender sus derechos y exigir accountability a sus gobernantes.
La perspectiva de género y la educación política no deben entenderse como esfuerzos aislados, sino como elementos complementarios que se potencian mutuamente. Una democracia participativa que integre ambas dimensiones no solo asegura la inclusión de todas las voces, sino que también fomenta una cultura política más justa, equitativa y sostenible.
Construir una democracia participativa efectiva y real requiere un compromiso colectivo para derribar las barreras de exclusión y fomentar una ciudadanía activa e informada. La incorporación de la perspectiva de género y la educación política son estrategias indispensables para alcanzar este objetivo. Solo al reconocer y abordar las desigualdades estructurales, y al capacitar a la población para participar plenamente en la vida política, se podrá avanzar hacia una democracia más robusta, inclusiva y representativa. La democracia no es un estado acabado, sino un proyecto en constante construcción que demanda la participación de todas y todos.
* Exasambleísta ecuatoriana.
Opinión | La Época – Con sentido del momento histórico