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La entrada El poder y la caída: cuando un liderazgo se agota por sí mismo apareció primero en La Época – Con sentido del momento histórico.
Por Diego Portal -. En la década del 90, a fines del siglo pasado, cuando el neoliberalismo impuesto en Bolivia a partir del DS 21.060 por el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), encabezado por el cuatro veces presidente del país, Víctor Paz Estensoro, la izquierda había sido prácticamente desintegrada tanto por la vía del abandono ideológico de buena parte de sus principales cuadros, como por la cooptación de otros por parte de la derecha neoliberal bajo el falso e insostenible argumento de haber llegado al fin de la Historia.
Con una país devastado tras la capitalización/privatización de las empresas públicas a “precio de gallina muerta”, de la que los propios funcionarios del neoliberalismo se aprovecharon de la orgía antipatria. Basta con señalar a los Doria Medina, los Garafulic o los Petricevic para tener una imagen clara de a quiénes benefició, entre muchos otros, la aplicación de ese fracasado modelo económico.
En ese contexto surgen, desde la bases, ideas renovadoras, ya no solo desde los sectores urbano marginales, pues casi se había exterminado el proletariado minero y fabril, otrora fuerza motriz de las ideas de cambio; sino desde aquellos que habían estado sometidos, excluidos e ignorados prácticamente desde la misma fundación de la República allá en 1825, los indígenas y campesinos de esta tierra.
La Asamblea por la Soberanía de los Pueblo (ASP) salta a la palestra política como un alternativa distinta a la partidocracia tradicional, agrupando a sectores sociales importantes, particularmente del agro, y a intelectuales progresistas que no habían sido permeados por el neoliberalismo. Serían luego estas bases políticas las que al ingresar a la arena electoral dieran nacimiento al Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP), que al no lograr su acreditación como organización política por el Órgano Electoral tuvo que acceder a un sigla prestada por un sector de la falange, la de Movimiento Al Socialismo (MAS).
Es ahí donde surge el nombre y la figura de un dirigente sindical campesino, nacido en el altiplano orureño, y establecido como dirigente sindical de los productores de hoja de coca en el Chapare, ascendiendo dentro de su organización desde secretario de Deportes, por su afición al fútbol, hasta convertirse en el máximo dirigente de ese sector. Su aparición en la política, primero como candidato a diputado y luego a presidente, es sorprendente, pues en los hechos representaba todo lo contrario de los políticos tradicionales, un outsider de la política de entonces. Ahí nace “el líder de los humildes” –como se hace llamar actualmente–.
La gestión de gobierno
La gestión de Evo Morales al frente del gobierno, durante casi 14 años (2006-2019), se caracteriza por una serie de transformaciones sociales, políticas y económicas que marcaron un punto de inflexión en la historia reciente del país.
Uno de los logros más significativos fue la nacionalización de los hidrocarburos y otros recursos naturales. Esta permitió a Bolivia aumentar sus ingresos fiscales, mejoró la capacidad de inversión del Gobierno en sectores como salud, educación e infraestructura, y redujo la dependencia del capital extranjero.
Bolivia experimentó uno de los períodos de crecimiento económico más altos en su historia reciente. Desde 2006 hasta 2014 mantuvo tasas de crecimiento superiores al 4% anual, con picos que alcanzaron hasta el 6%. Este crecimiento fue crucial para reducir la pobreza, que cayó sustantivamente, y para mejorar los indicadores sociales como la reducción de la desigualdad y la mejora en los niveles de bienestar.
La pobreza se redujo de más del 60% al 30% en su mandato. Este logro, junto con la mejora de la cobertura educativa y de salud, le dio al Gobierno un fuerte apoyo popular, especialmente entre las clases más humildes.
La promulgación de la nueva Constitución Política del Estado (CPE) en 2009 fue otro de los pilares del Gobierno. La nueva Carta Magna reconoció a Bolivia como un Estado Plurinacional, lo que otorgaba derechos políticos, sociales y culturales a las comunidades indígenas y campesinas, sectores históricamente marginados. Asimismo, la Constitución promovió la descolonización, un proceso que buscaba empoderar a las poblaciones indígenas y garantizarles una participación más activa en la vida política. Este enfoque consolidó el perfil del Presidente como un líder del movimiento indígena y de la lucha contra la opresión colonial.
La gestión del MAS, antes del golpe de 2019, dejó una huella profunda en la Historia, caracterizada por avances en la redistribución de la riqueza, la nacionalización de los recursos naturales, la reconstrucción de la infraestructura y el fortalecimiento del papel de los pueblos indígenas. Su legado es mixto, con grandes conquistas en términos de desarrollo social y económico, a la par que con desafíos democráticos y políticos que siguen afectando al país.
Los errores desde el poder
A pesar de los valiosos logros sociales, económicos y políticos en el gobierno del MAS antes del golpe, la gestión estuvo marcada por varios errores políticos y decisiones controvertidas que afectaron la estabilidad política, la democracia y la cohesión social en Bolivia.
Uno de los errores más evidentes y controversiales fue la pretensión de modificar la CPE de 2009 para que permitir la reelección presidencial indefinida. La reforma constitucional no fue aprobada en referéndum y estableció las bases para lo que muchos interpretaron como un intento de Morales de perpetuarse en el poder. En 2017 el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), en una polémica interpretación, falló a favor del Presidente permitiéndole postularse nuevamente en 2019. Esta decisión fue vista como un acto de perversión del Sistema Judicial y como un golpe a la democracia, ya que parecía que el Presidente estaba manipulando el sistema legal para conservar el poder indefinidamente.
A pesar de haberse impulsado numerosas reformas sociales y económicas, se descuidó la construcción de un proyecto político a largo plazo que incluyera la sostenibilidad institucional y el fortalecimiento de la democracia representativa. Gran parte de la gestión estuvo enfocada en fortalecer la figura personal del Presidente, mientras que las instituciones claves del Estado, como el Sistema Judicial, la justicia electoral y los órganos de control, fueron minadas o neutralizadas.
Liderazgo en el exilio y disputa política
Después de dejar el Gobierno en noviembre de 2019, tras el golpe de Estado, Morales buscó un rol de líder en el exilio. Aunque inhabilitado políticamente y apartado de las elecciones de 2020, su liderazgo siguió teniendo un fuerte impacto en la política local, especialmente dentro del MAS, el partido que fundó y que continúa en el poder bajo la presidencia de Luis Arce (2020-2025).
Su liderazgo se ha visto cuestionado por algunos sectores al interior del propio Movimiento, especialmente por quienes que consideran que sigue siendo demasiado centralizado o autoritario.
Mientras que muchos lo consideran el arquitecto de la modernización y la inclusión social en Bolivia; otros lo critican por sus intentos de perpetuarse en el poder.
Ego 2.0
El “líder de los humildes”, a cinco años de haber dejado la Presidencia, enfrenta una compleja mezcla de factores que reflejan tanto su carrera política como su situación actual. Quien fuera Presidente por casi tres lustros experimentó un descenso drástico en su posición de liderazgo cuando se vio obligado a renunciar a su cargo tras el golpe de 2019. Este tipo de cambio abrupto puede tener un impacto psicológico profundo. Las personas que han estado en el poder por mucho tiempo suelen tener una fuerte identidad vinculada a esa posición, lo que puede generar sentimientos de pérdida y desorientación al dejarlo.
En el caso del exPresidente es probable que la pérdida del poder haya desencadenado un proceso de adaptación complejo. En términos psicológicos, podría experimentar síntomas de duelo por la pérdida de control, que pueden incluir frustración, tristeza y desconfianza, especialmente al ver cómo se desintegraron las estructuras que había construido a lo largo de su mandato.
En lugar de ser un líder al frente de un gobierno, se ha dedicado a cuidar su figura como político en el MAS. Esta reconfiguración de su identidad parece haber sido un mecanismo psicológico para aferrarse a su legado y seguir influyendo en la política, aunque ya no con la misma capacidad.
Uno de los mayores desafíos psicológicos que enfrenta es la pérdida de su partido. El MAS fue su principal plataforma por más de dos décadas, y su salida del poder implicó un distanciamiento dentro de la organización. Esto puede haber provocado sentimientos de aislamiento y exclusión, y probablemente ha sentido que sus relaciones dentro de su propio partido se han enfriado o se han reconfigurado. Este tipo de exclusión puede tener efectos psicológicos de soledad y pérdida de pertenencia, generando ansiedad respecto a su futuro político y personal.
También parece estar buscando nuevas formas de relevancia. Su retorno al activismo político, en el contexto de la oposición al gobierno de Luis Arce, y su apoyo a las protestas sugiere un deseo de sostener su figura en el escenario político, aunque ya no tenga el control de las instituciones. Este comportamiento puede indicar una necesidad de validación y una búsqueda de poder simbólico que le permita sentirse aún influyente.
El hecho de estar inhabilitado para postularse a la Presidencia probablemente ha sido un golpe duro para quien ha identificado su persona con el cargo de Presidente por tantos años. Este tipo de inhabilitación no solo es un golpe institucional, sino además emocional.
A nivel psicológico, la percepción de la pérdida de poder es un factor que puede afectar la autoestima y la motivación. Acostumbrado a la toma de decisiones y al poder, probablemente está lidiando con el desafío de redefinir su papel político sin el poder presidencial.
La personalidad de Morales ha sido caracterizada como carismática, autoritaria y, a menudo, polarizante. La pérdida del control sobre las instituciones y la falta de un partido propio pueden impactar en su necesidad de validación externa.
Es posible que conserve una visión de sí mismo como el líder indiscutido de la “revolución” en Bolivia. Por lo tanto, la percepción de estar en una especie de exilio político y sin un poder tangible podrían significarle un sentimiento de frustración.
En términos psicológicos, las personas que padecen cambios tan drásticos en sus vidas, especialmente personas como Morales que han sido figuras de poder, suelen experimentar lo que se denomina “crisis de identidad” o “crisis de la mediana edad”. Al no poder acceder a la Presidencia y al verse marginado por el sistema electoral podría estar enfrentando una reflexión profunda sobre su legado y el futuro de su liderazgo político. El aislamiento, tanto a nivel físico como político, podría resultar en un desajuste emocional.
No es casual, sino más bien fruto de esos desajustes, que sus intervenciones públicas cada vez sean más desacertadas e incoherentes, como aquella referida a la utilidad del avión presidencial que él mismo adquirió en 35 millones de dólares en su gestión, y utilizó de forma plena pese a las críticas surgidas en su momento; o que ahora critique las acciones de las autoridades judiciales, cuando fue el, precisamente, quien les dio la venia para que asumieran esas funciones en 2017; o que, finalmente, anuncie la creación de una nueva organización política que se denomine como él: EVO.
Seguramente no dejará de soñar con el poder (con aquel que tuvo de manera casi absoluta 14 años), aun cuando todo indica que está más cerca de la caída, que puede ser definitiva si mantiene sus niveles de incoherencia.
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